viernes, 12 de diciembre de 2014

Tom y Miga

Relatos
Tom y Miga
de Danieliju

En lo alto, vi como Tom observaba la cantidad de edificios que tenía esa ciudad. Desde el principio de los tiempos, el humano ha pretendido dejar huella en lugares asombrosos, como por ejemplo, el que consigue subir a lo alto de una montaña y deja el típico mástil clavado en la cima, o bien cuando a los americanos les dio por invadir la flemática luna, hollando su corteza, y clavándole una estúpida banderita americana en su superficie. No contentos con estas hazañas, desde hace tiempo han querido también construir gigantescas edificaciones. Incluso se picaban entre los pueblos, para ver quién la tenía más grande. La construcción.

Tom podía ver cómo esos edificios rascaban la barriga a las nubes con sus altos picos. Pero tan solo durante un rato, ya que de repente, Tom lo comenzó a ver todo vertical.
Mientras la gravedad se puso en contra suya, comenzó a pensar en su vida. Cualquiera que mirara a Tom en esa situación, hubiera pensado que su vida había sido un fracaso. Pero yo conozco su verdadera historia.

Según tengo entendido, Tom estuvo muy enamorado. Muchísimo. La quería con toda su alma. Su existencia estaba dedicada completamente al amor de su vida. Nunca he sabido cómo se llama hasta hace apenas unos segundos, pero en aquél entonces la llamaba "Miga", ya que era de mis platos favoritos, y tan solo necesitaba un jubilado al azar para conseguir dicho manjar. Pues eso, Tom estaba enamorado de Miga hasta las trancas, y según he podido comprobar desde mi nido en el parque, su amor crecía con el tiempo. Y es que, su vida estaba completamente dedicada a la de Miga.

Cuando era un pichón, vi a Tom recolectando flores debajo de mi árbol. Y cuando reunió un ostentoso ramo, se sentó en un banco del parque. Exactamente debajo de un manzano que sujetaba unas jugosas manzanas rojas. Tom giró la cabeza como si de un girasol se tratara cuando por fin aparece por la mañana el astro que le da su nombre, o como un gato que ve un puntero láser en la otra punta de la habitación. Giró la cabeza y escondió detrás suyo ese improvisado ramo de flores. Miga le dio dos besos en la mejilla. Es increíble como el ser humano puede llegar a cambiar de color de manera tan rápida...¡Se puso más rojo que las manzanas que tenía encima! Miga se reía y Tom le dio el ramo, estropeado por el sudor de sus manos. Miga se partía de risa, y le volvió a dar otro beso. Los humanos son muy raros, tiemblan cómo flanes cuando el frío y cuando tienen miedo... Y desde aquél día también deduzco que pueden temblar de amor. Todo muy raro... En fin...

Tom seguía con fidelidad las leyes de la gravedad. Su corta, pero frondosa melena, le hacía parecer una pequeña mosca que se dirige a una mierda que anteriormente se había suicidado contra el suelo. Es curioso, porque dentro de unos segundos, él dejará de parecer la mosca... y se convertirá en la mierda espachurrada.

Al anochecer, Tom y Miga volvieron al parque. Tom comenzó a tartamudear y decir cosas sin sentido. Miró a la luna, y besó a Miga. Fue el primer beso de muchos.
Unos años después me independicé y me fui a hacer otro nido para formar una familia. Las aves no sentimos pena, así que no echo de menos a mi madre ni pizca. Sin embargo sí sentimos curiosidad, y por eso me fui al árbol de enfrente de casa de Tom y Miga.
¡Qué felicidad se respiraba en el ambiente! Vivían juntos y se lo pasaban muy bien. Tom hacía sorpresas a Miga, y viceversa. Todo era genial y el ambiente rebosaba de felicidad, pero un día todo eso cambió.

Todo comenzó cuando, un día que sobrevolaba el parque de la ciudad en busca de un anónimo jubilado que me alimentara, Tom se arrodilló debajo de aquél manzano, con un extraño artefacto metálico de forma redonda entre sus manos. Parecía una especie de rosquilla, pero de metal. Me encantan las rosquillas, pero esa no tenía muy buena pinta. Encontré a un abuelo repartiendo pan al lado del banco de Tom y Miga, y mientras comía, vi como se abrazaban y se besaban muy contentos, con el cacharro ese en el dedo de la mano de Miga.
Unos días después, llegaron vestidos de manera extraña a casa. Tenían las maletas preparadas y se iban. Sin pensármelo dos veces, les seguí hacia donde fueran. Total, aquí nadie me iba a echar de menos. Recordad que las aves somos incapaces de sentir esa clase de cosas. Y quizás por eso seamos tan felices, quién sabe.

Escuché a Tom gritar algo desde aquí. Gritaba un nombre... el nombre de la persona a la que había dedicado su vida y su alma. Amanda. ¡Con que así se llamaba eh! Pues a mí me gustaba más el nombre de Miga, ¡jum!

Todo sucedió muy rápido. El camión derrapando... la viga de metal desprendiéndose del equipaje del camión hacia el coche de Tom... Tom girando el volante rápido para sortear aquél proyectil...
Cómo os digo, muy rápido. En cuánto me di cuenta Tom estaba tumbado en el arcén gritando, llorando y mirando cómo aquella masa de metal había atravesado el asiento del pasajero. Cómo un dardo clavado en el medio de la diana, la viga atravesó justo ese lado del coche. Mirad que es grande el universo. Mirad que hay coordenadas y sitios vacíos... Aquella barra de hierro se había incrustado en la cabeza de Amanda, sin que Tom pudiera hacer nada.

Han pasado 2 meses desde el accidente. 2 meses grises y oscuros. Y mirad a Tom, cómo cae del rascacielos.
Con esta historia he podido observar, que hay personas que no pueden vivir sin otras. Sus vidas están vacías y temblorosas sin otra alma que deambule junto a la suya, como le pasa a Tom.

Recuerdo las noches tras el accidente, en la ventana balbuceaba cosas como "Te quiero". O pronunciaba su nombre hasta romper a llorar para acto seguido golpear la pared. Cada día murmuraba entre llantos cientos de cosas que tenían que ver con Amanda. Su vida no era nada sin ella, necesitaba una vida ajena para que la suya tuviera sentido.

En estos momentos, ni os imagináis cómo me alegro de ser un ave. Básicamente por dos razones; La primera, es que no necesito a nadie más que a mí para hacer valiosa mi vida y vivirla plenamente sin depender de otro ser alado.
La segunda es que puedo volar, y no me hubiera pasado nada si decido tirarme de un rascacielos, cosa que no puede decir Tom que hace apenas dos segundos, se acaba de romper el cráneo contra la fría acera de esta ciudad.

Ciertamente, no comprendo el acto de Tom. Pero de algo sí que estoy segura, y es que desde que murió Amanda, no veía a Tom tan tranquilo como lo estoy viendo ahora mismo.