Relatos
Tom
y Miga
de
Danieliju
En lo alto, vi como Tom
observaba la cantidad de edificios que tenía esa ciudad. Desde el principio de
los tiempos, el humano ha pretendido dejar huella en lugares asombrosos, como
por ejemplo, el que consigue subir a lo alto de una montaña y deja el típico
mástil clavado en la cima, o bien cuando a los americanos les dio por invadir
la flemática luna, hollando su corteza, y clavándole una estúpida banderita
americana en su superficie. No contentos con estas hazañas, desde hace tiempo
han querido también construir gigantescas edificaciones. Incluso se picaban
entre los pueblos, para ver quién la tenía más grande. La construcción.
Tom podía ver cómo esos
edificios rascaban la barriga a las nubes con sus altos picos. Pero tan solo
durante un rato, ya que de repente, Tom lo comenzó a ver todo vertical.
Mientras la gravedad se puso
en contra suya, comenzó a pensar en su vida. Cualquiera que mirara a Tom en esa
situación, hubiera pensado que su vida había sido un fracaso. Pero yo conozco
su verdadera historia.
Según
tengo entendido, Tom estuvo muy enamorado. Muchísimo. La quería con toda su
alma. Su existencia estaba dedicada completamente al amor de su vida. Nunca he
sabido cómo se llama hasta hace apenas unos segundos, pero en aquél entonces la
llamaba "Miga", ya que era de mis platos favoritos, y tan solo
necesitaba un jubilado al azar para conseguir dicho manjar. Pues eso, Tom
estaba enamorado de Miga hasta las trancas, y según he podido comprobar desde mi
nido en el parque, su amor crecía con el tiempo. Y es que, su vida estaba
completamente dedicada a la de Miga.
Cuando
era un pichón, vi a Tom recolectando flores debajo de mi árbol. Y cuando reunió
un ostentoso ramo, se sentó en un banco del parque. Exactamente debajo de un
manzano que sujetaba unas jugosas manzanas rojas. Tom giró la cabeza como si de
un girasol se tratara cuando por fin aparece por la mañana el astro que le da
su nombre, o como un gato que ve un puntero láser en la otra punta de la
habitación. Giró la cabeza y escondió detrás suyo ese improvisado ramo de
flores. Miga le dio dos besos en la mejilla. Es increíble como el ser humano
puede llegar a cambiar de color de manera tan rápida...¡Se puso más rojo que
las manzanas que tenía encima! Miga se reía y Tom le dio el ramo, estropeado
por el sudor de sus manos. Miga se partía de risa, y le volvió a dar otro beso.
Los humanos son muy raros, tiemblan cómo flanes cuando el frío y cuando tienen
miedo... Y desde aquél día también deduzco que pueden temblar de amor. Todo muy
raro... En fin...
Tom seguía con fidelidad las
leyes de la gravedad. Su corta, pero frondosa melena, le hacía parecer una
pequeña mosca que se dirige a una mierda que anteriormente se había suicidado
contra el suelo. Es curioso, porque dentro de unos segundos, él dejará de
parecer la mosca... y se convertirá en la mierda espachurrada.
Al
anochecer, Tom y Miga volvieron al parque. Tom comenzó a tartamudear y decir
cosas sin sentido. Miró a la luna, y besó a Miga. Fue el primer beso de muchos.
Unos
años después me independicé y me fui a hacer otro nido para formar una familia.
Las aves no sentimos pena, así que no echo de menos a mi madre ni pizca. Sin
embargo sí sentimos curiosidad, y por eso me fui al árbol de enfrente de casa
de Tom y Miga.
¡Qué
felicidad se respiraba en el ambiente! Vivían juntos y se lo pasaban muy bien.
Tom hacía sorpresas a Miga, y viceversa. Todo era genial y el ambiente rebosaba
de felicidad, pero un día todo eso cambió.
Todo
comenzó cuando, un día que sobrevolaba el parque de la ciudad en busca de un
anónimo jubilado que me alimentara, Tom se arrodilló debajo de aquél manzano,
con un extraño artefacto metálico de forma redonda entre sus manos. Parecía una
especie de rosquilla, pero de metal. Me encantan las rosquillas, pero esa no
tenía muy buena pinta. Encontré a un abuelo repartiendo pan al lado del banco
de Tom y Miga, y mientras comía, vi como se abrazaban y se besaban muy
contentos, con el cacharro ese en el dedo de la mano de Miga.
Unos
días después, llegaron vestidos de manera extraña a casa. Tenían las maletas
preparadas y se iban. Sin pensármelo dos veces, les seguí hacia donde fueran.
Total, aquí nadie me iba a echar de menos. Recordad que las aves somos
incapaces de sentir esa clase de cosas. Y quizás por eso seamos tan felices,
quién sabe.
Escuché a Tom gritar algo
desde aquí. Gritaba un nombre... el nombre de la persona a la que había
dedicado su vida y su alma. Amanda. ¡Con que así se llamaba eh! Pues a mí me
gustaba más el nombre de Miga, ¡jum!
Todo
sucedió muy rápido. El camión derrapando... la viga de metal desprendiéndose
del equipaje del camión hacia el coche de Tom... Tom girando el volante rápido
para sortear aquél proyectil...
Cómo
os digo, muy rápido. En cuánto me di cuenta Tom estaba tumbado en el arcén
gritando, llorando y mirando cómo aquella masa de metal había atravesado el
asiento del pasajero. Cómo un dardo clavado en el medio de la diana, la viga
atravesó justo ese lado del coche. Mirad que es grande el universo. Mirad que
hay coordenadas y sitios vacíos... Aquella barra de hierro se había incrustado
en la cabeza de Amanda, sin que Tom pudiera hacer nada.
Han pasado 2 meses desde el
accidente. 2 meses grises y oscuros. Y mirad a Tom, cómo cae del rascacielos.
Con esta historia he podido
observar, que hay personas que no pueden vivir sin otras. Sus vidas están vacías
y temblorosas sin otra alma que deambule junto a la suya, como le pasa a Tom.
Recuerdo
las noches tras el accidente, en la ventana balbuceaba cosas como "Te
quiero". O pronunciaba su nombre hasta romper a llorar para acto seguido
golpear la pared. Cada día murmuraba entre llantos cientos de cosas que tenían
que ver con Amanda. Su vida no era nada sin ella, necesitaba una vida ajena
para que la suya tuviera sentido.
En estos momentos, ni os
imagináis cómo me alegro de ser un ave. Básicamente por dos razones; La
primera, es que no necesito a nadie más que a mí para hacer valiosa mi vida y
vivirla plenamente sin depender de otro ser alado.
La segunda es que puedo
volar, y no me hubiera pasado nada si decido tirarme de un rascacielos, cosa que
no puede decir Tom que hace apenas dos segundos, se acaba de romper el cráneo
contra la fría acera de esta ciudad.
Ciertamente, no comprendo el
acto de Tom. Pero de algo sí que estoy segura, y es que desde que murió Amanda,
no veía a Tom tan tranquilo como lo estoy viendo ahora mismo.
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